Que me dice, si mas bien me deja invitarle un café, esos de calidad de exportación, con algo de crema y un poco miel para que luego nos vayamos a caminar por ahí en la calle, y dejemos que el calor del café caliente nos proteja del frio mientras el viento helado que arremete contra la piel de nuestras caras, rojas y ya heladas por aquello del invierno, nos arrulla. Por lo menos déjeme hablarle de las cosas que quiero hacer, de los sueños que invaden mi vida y las fantasías de mi piel; no tiene que cumplírmelas, pero por lo menos las puede escuchar; a lo mejor, durante una de sus noches en blanco, de las que las que yo pueda estar sentado a su lado, le dé por pensar en ellas y así ya seamos dos con un mismo ideal y unidos por el concepto improbable de una fantasía compartida.
Le propongo que interpretemos los símbolos de nuestro zodiaco y al menos tratemos de compararlos, para ver si alguna de las estrellas que se cruzan en los diseños de nuestras constelaciones, nos brinda una posibilidad o al menos un pista de lo que debemos hacer; que si, que me deje comprarle unas cuantas rosas para que decore su vida y por lo menos podamos jugar a la polinización, aunque usted no sea una abeja ni yo una flor. Acépteme la idea de explorarla en otras condiciones diferentes a las expuestas por las convenciones de nuestra sociedad, que mi moral ya no tiene precio ni mis ganas voluntad; como decir que mis ganas ya me ganan y mi conciencia no es más ciencia.
Si por lo menos estos besos que le envío en forma de palabras acariciaran sus labios de la misma manera que lo harán con su alma, mi inicua paz se apaciguaría y mi loca vida se encordaría de otros matices y caprichos; como si una línea militar o una fila india de propósitos se manifestara siempre lista cual defensor civil en momento de emergencia, como cataclismo imprevisto en tiempo de guerra o como lluvia tempranera en mañana nupcial.