Las cosas del destino siempre serán una incertidumbre, primero porque todavía no sabemos a ciencia cierta si el destino existe, que es en otros términos la existencia de un camino o sendero previamente establecido para cada uno de nosotros, los seres humanos (a los animales no creo que les suceda lo mismo) y la construcción diaria de un presente sólido, lo que en cuestiones filosóficas constituiría una pasado más recordable y un futuro intrigantemente mejor; y dijo intrigantemente porque es muy posible que otros factores orbitando el entorno de nuestras existencia inflijan una alteración moderada o severa que afecte ese tan incierto futuro (ya sea para bien o para mal). El punto básico radica en las satisfacciones que se obtienen con cada día de presencia. Triunfos minúsculos que vistos aisladamente representan capítulos vividos, pero que una vez sumariados incorporan el sentido de lo que yo denomino vida; claro, vivir la vida.
Las noches de alcoholemia se iniciaron como una excusa para celebrar los altibajos de cada día y la dicha enorme de tener un lugar, no propio, pero independiente que posibilitaría la re-construcción de viejas glorias vividas no muchos años atrás. No las glorias de nuestras infamias testiculares, sino las alcanzadas en la búsqueda constante de una amanecer mejor y que simplemente se dejaron deshacer con la esperanza de emigrar al norte. Y así, de copa en copa y de trago en llanto, nos vimos crecer con la paciencia de dos almas inocentes en cosas de hacer plata, pero a la vez curtidas en los asuntos del vivir. Nos convertimos en dos almas prófugas, que sin quererlo admitir muy radicalmente, estábamos destinadas a compartir la vida como los hermanos que nunca tuvimos. Por eso el principio insidioso que reflexiona sobre el destino.
Al principio la ilusión de hacer poco y ganar bien que se desmorona con cada hora de tedio y quietad. El chavo del ocho, y las tardes sabatinas de hogar sin mucho que hacer y sin nada que proponer, como si nos hubiéramos auto-enfrascados en el dilema de dormir despiertos. Aquel comienzo fue el duro empate entre las realidades sureñas y las esperanzas del norte; fue colapsar las heridas de potros descarriados y las marcas de noches sin memoria con las esperanzas de vivir felices sin un concepto claro de felicidad. Fue como querer comer algo diferente sin un antojo en particular, y por tanto terminar comiendo lo mismo: pan, salchichón y coca-cola a cambio de colombiana. Fue querer cruzar el río, rápido y caudaloso, son un pie anclado al corazón de los seres que dejábamos.
Las noches fueron largas y ebrias y entre jala y jala, la dicha hermosa de abrir el corazón, para exorcizar aquellos viejos demonios que nos seguían guindando del zarzo. Allá en esa casa de la Hillside, fue donde empezamos a soñar con una tarimita, con amigos tertuliando y con el infalible vino como alicanto. Las vueltas que da la vida, porque nada se construye sin tener una base y nada sucede antes de que deba suceder, o sino como me explican que las sendas se hayan enjutado por el invierno para luego reverdecer en primavera. Y cómo decir que lo malo siempre es malo y que las caídas son necesariamente eso, caídas y no breves pausas para descansar, para re-pensar el camino y vislumbrar la ruta a seguir. Y así, después de mil ventanas abiertas, pero muchas puertas cerradas juntamos las fuerzas necesarias para darle a la vida eso que nos debíamos merecer y concretar el sueño lejano que les comenté (una tarimita negra, unos cuantos amigos y un vino para beber).
Así nacimos, como nace la vida, a través de un agujero, de hecho angosto para nuestro ser, y por ende ensangrentado por la necedad absoluta de no poder constar más en cautiverio. Y claro que hubo lágrimas, y claro que hubo dolor, pero siempre, como en toda novela de Kafka, con la satisfacción enorme de existir.
Un sábado de marzo de un año par y en consecuencia divisible por dos, instauramos escenario 57, como la primera fuerza cultural, ilegal y liberada de apoyo al arte. Hoy que celebramos nuestro segundo aniversario y que nuestros pasos empiezan a trascender las fronteras de nuestra inicial traspuesta celebro la memoria imborrable de aquel ayer que, sin importar las fuerzas del universo, el destino o nuestra propia voluntad, nos brindó la posibilidad de presenciar los frutos de dos años de esfuerzo y dedicación.
Por eso les hablo así, porque la vida como ejemplo nos enseña que lo que se hace bien indiscutidamente sale bien. Del sueño aquel que premunía amigos y vino, surgió algo llamado metamorfosis y no la que inspiró a García Márquez, ni mucho menos la que escribió Kafka (que es la misma), sino la que sufrieron nuestros amigos que de tanto jugar con música terminaron tocándola. Y así como un día Munguía se hizo al mundo de nuestra tarima una pieza indiscutible del escenario, esta agrupación musical que se transforma y auto renueva de la misma manera que lo hace la larva, la pupa y la mariposa, metamorfosis se proyecta como la próxima fuerza escénico-musical creciente de nuestro entorno.
Y así me despido, con la bohemia al pecho, con la risa al viento, con la pena al orto, y con la vida al cien por todos ustedes, por todos aquellos que nos brindan la posibilidad de continuar iluminando las noches de nuestro pueblo con algo limpio del corazón, con algo simple del alma y con las efemérides de una muerte inhóspita, cautiva pero que acecha y que de causa mayor nos obliga a vivir. A mi alegría y todas y cada una de sus alegrías que Dios las bendiga porque la vida sin amor es como escenario sin 57 y como la noche sin sol.
pd: Guille, que tus pasos sean los necesarios para alcanzar eso que buscas y que los sacrificios que haces te compensen los día con el amor de los seres que te aman. Buena suerte mi viejo, y buena Mar, con los brazos abiertos que Dios te bendiga. (Juancho y Mario) Por Mario Rodríguez