Y entonces dejamos que el frio nos reposara y la memoria nos engañara, sin reprochar, sin discutir, sin argüir los acontecimientos como prueba de nuestra racionalidad o por lo menos de nuestras convicciones. Se nos detuvo el reloj en otro tiempo que sin espacio y medida solo cobijó vagas historias de amigos, compañeros o simplemente colegas de esta tan inmensa escuela del vivir, que sin precisamente ser un jardín infantil tampoco es la meca de la sabiduría.