Monday, October 18, 2010

Gota de Lluvia

Te puedes imaginar la lluvia? Una pequeña gota de agua cayendo del cielo mirando el mundo debajo de ella? Puedes imaginar la sensación de estar cayendo a gran velocidad y con la tierra, el planeta, la madre verde esperando por ti? Podrías al menos pensar, o tan siquiera imaginar lo qué esa gota de vida que está lista a alimentar la tierra seca pensaría si estuviera viva? Porque una cosa es estar vivo y otra muy diferente dar vida. A lo mejor no, pero voy a decirte lo que yo pienso ella pensaría:


“Soy agua,
Soy agua y estoy cayendo porque mi casa,
La nube que dejé allá arriba,
Abrió sus puertas y me dejó salir.

Soy libre,
Soy libre para elegir qué hacer con mi vida,
Y lo mejor de todo es
Que ya decidí que hacer.

Lo mejor de todo es saber qué hacer,
Lo mejor de todo es saber para dónde ir,
Qué decir y qué callar.
Lo mejor de todo es que alimentaré la tierra debajo de mí.

Mírala,
Mírala como está, esperándome ansiosa
Con sus brazos abiertos y su piel reseca
Sedienta de mí.

Por qué Ella me necesita y por qué yo a ella?
Mira su figura,
Mira su belleza infinita y su locura multicolor
Que excitan mis sentidos y me invitan a vivir, o a morir?

Estoy cayendo,
Y estoy lista para ello,
Lista para lo que sea
Sin importarme lo qué pase después.

Ahora soy franca,
Ahora vuelo como un ave
Como un pequeño pajarillo
Que disfruta su existencia mientras domina la inmensidad.

Soy tan libre como el aire, como el sol y las estrellas juntas
Porque mi gloria no se tiene que buscar más,
Ya sé que voy a hacer
Y como hacerlo.

Ya se para donde voy sin el miedo de morir,
Sin la pena de acabar mi vida por la simpleza altruista de entender,
Que mi muerte será la vida para alguien más
Y que muriendo habré cumplido con mi propósito inicial.

Naceré en alguna otra parte y con alguna otra forma
Que alabará a la vida como lo hago ahora,
Sin remilgos ni remiendos, sin vergüenza ni pudor
Tan radiante y agradecida por semejante honor.

Algún día volveré a mi casa, a la nube viajera que ya cambió
Donde otras semejantes de mi vida y mi folklor
Cantarán ésta aventura, y
Seguirán mi corredor”.

La vida debe celebrarse sin límites, sin ataduras que interfieran con la grandeza de comprender que somos temporales, finitos por antonomasia y mortales por inflexión. Que indiferentes de tanta ligereza y auténticos en nuestras costumbres seguimos siendo igual de animales que hijos de Dios. Ya paremos de matarnos, ya dejemos el escarnio de la crítica maliciosa y enviemos de una vez por todas esa mierda a la boyeriza para que ese mismo excremento fertilice los pastales y los caballos, junto con la reses puedan pastar; nosotros debemos dedicarnos a elogiar estos sentidos, estas ilimitadas fronteras que nos ofrece expresar una idea o una queja con fina elegancia o alevosa grosería. No barateemos los lazos de la amistad, ni las obligaciones de los sentimientos por el afán pusilánime de una vaginera o por la pereza carroñera de sentirse solo o abandonado. La vida tiene límites, pero también confines inexplorados que no pueden quedarse vírgenes porque no quisimos tener una erección o porque nos negamos a humedecer la vagina. Los propósitos son claros y aunque no se nos hayan especificado en memorando celestial, pueden ser buscados como aguja en un pajal. Ahora sé que algo aprendí, que algo se ha cristalizado en mi pensamiento con la certeza de ser verdad, no porque miles así lo crean o expertos lo confirmen, sino porque mi propio cerebro, tan auténtico y valido como los demás, me asegura que lo que he vivido ha sido real. Aprendí por ejemplo que el desamor es como una puta patada en la canilla que cuando es dada a solas y en un rincón oscuro nos hace llorar y sufrir por la irreverente realidad de no tener quien nos conduela, pero que cuando es recibida en abundancia ocular nos obliga valentía y nos empuja a continuar. Somos narcisos, vanidosos, egoístas y monotemáticos cuando de “YO” se trata. Aprendí que hay quienes necesitan ser señalados para bien o para mal, pero como quiera identificados. Que hay quienes ocultan su existencia por temor o humildad, temor de ser vistos o humildes por no dejar a otros que les vean. Que hay conmigo miles de seres que no concebimos la puta idea de las clases sociales ni los designios reales o tratos especiales por la casualidad fortuita de tener o no, o tan siquiera la posible lógica de un racismo fundado en la voluntad de un Dios blanco o una virgen morena. Aprendí que nadie nunca muere de amor, que nadie nunca ha perdido la decencia por llorar o sufrir una pena que solo ha sido creada para esconder la vergüenza de no ser amado. Y es que el dolor no es producido por el amor sino por el ego y el orgullo, que se inflaman al ser rechazados, “EGOTITIS”. Aprendí que el sexo viene como las estaciones del año, pero en órdenes contrariados, y aunque acá haga frio y allá calor, siempre se está inconforme con lo que se tiene en las manos. Que hacer el amor no es de siempre ni con todos y a pesar de que el culeo sea rico no sabe igual sin afecto, sin algo de respeto y mucha admiración, porque aquel que no admira a quien su sexo devora corre el riesgo de acabar hastiado de regalar su cuerpo. Aprendí a decir las cosas con delicadeza para no herir a los demás, no porque soy considerado sino porque comprendí que lo único con sentido es la muerte y que todo lo que pase en ese lapso, minúsculo ante el universo, debe valorarse. Ahora dígame usted si todo lo que ha hecho en su vida se puede celebrar, si todo lo vivido es digno de recordar o si algo merece la pena de capital de amnesia perpetua, porque una vez no hayamos muertos esa será nuestra condena. Alegría volviste a triunfar.





Por Mario Rodríguez


Thursday, October 14, 2010

Un sueno y una realidad

Algunas veces los versos al igual que los besos son solo ganados como producto de una Buena acción. Algunas veces los talentos son adquiridos como una dotación natural, pero a la vez divina, y otras veces como trofeo robado en juego de azar. Algunas veces los amigos aparecen y desaparecen lo mismo que los pajaritos cuando hay o no maíz para comer; sin embargo, la mayoría de las veces las cosas suceden como consecuencia de una acción previa, la famosa teoría de causa y efecto. Alguien podría sugerir que lo que pasa en mi presente es una consecuencia de mi pasado. Otros podría aseverar que mi presente es solo es el inicio de mi futuro, o sea, que si las cosas están saliendo bien seguramente seguirán así, no sé por cuánto tiempo, pero esa idea me gusta. El asunto, y con ello me refiero a la dicha que embarga mis sentidos, está relacionado con lo vivido durante los últimos 10 días de mi existencia.


En primer lugar mencionaré la gran satisfacción que mi hijo Julián me da día a día. Viéndole crecer y empezando a divisar sus cambios de humor y el choque entre el mundo infante y el adulto, es un placer que solo un padre puede gozar. Verle madurar y parecerse a mí, más que alimentarme el ego, me motiva a levantarme cada día con una razón tangible para vivir y ser feliz. Tal vez eso sea todo, mi hijo es la bendición que maximiza mis días, mi trabajo, mis amistades, mi mundo, pero siempre queda la pregunta y la misma sin respuesta: qué va a pasar cuando se vaya de mi lado? No quiero complicar las ideas de este escrito tratando de especular acerca de un futuro todavía muy incierto pero sobretodo cambiable y potencialmente manipulable.

Como segunda parte de la dicha, empezaré a hablar de las otras personas que rodean mi vida. Mi madre, mis hermanos y hermanas, mis amigos y todas las demás personas que progresan día a día en la tarea inmensurable, complicada y por demás tediosa de quererme. Y es que querer a otra persona es tan difícil como odiarla o despreciarla, por eso, esa labor de los sentimientos y las relaciones interpersonales es otro trabajo a tiempo completo que consume la misma energía, o tal vez más, que un intenso entrenamiento de Kamasutra. El otro día, bueno madrugada, mientras consumía mi existencia en tequila en compañía de unos amigos, tuve la oportunidad de verme a mí mismo sentado, ebrio y feliz de la borrachera que estaba echándome al hombro pero en particular de compartir con las personas a mi alrededor. Cuántas veces quise escribir momentos como esos en mi historia, para que un día cualquiera, en el futuro, todavía inhóspito para mi fortuna, me pudiera sentar a valorarlos uno a uno con la mansedumbre de lo anos y las pruebas fehacientes de un pasado cargado de vida.

Sí, los últimos días han sido una carga incontrolable de buenas energías, de buenas vibras y como lo diría mi más reciente amigo, de puta madre. Leonel es su nombre con el respaldo de los Soto, no sé si de los de castilla o los de Aragón, pero de alguno de esos alrededores distantes que siglos atrás profesaron la llegada de un hombrecito de no sé cuanto de alto que cantaría con el alma y la mente las canciones del futuro, las canciones del siglo XXI. Recuerdo al señor Alberto Cortez quien en su homenaje a los amigos mencionaba los años mozos cuando sus vínculos filiales se empezaban a consolidar con personajes tales como don Facundo Cabral, o el señor Mario Vargas Llosa, o la señora Mercedes Sosa, que en paz descanse, y Pablo y Silvio y todos esos locos chiquitos que hicieron de nuestras décadas de adolescencia una época cargada de sueños y sobretodo esperanzas. Recuerdo las calles de mi barrio que me vieron tirar al infinito mis sueños para que en algún lugar distante, el que más les conviniera para poder ser realidad, se hicieran fuertes y tangibles como un roble o un manzano, que sin ser de la misma calidad pertenecen a la misma realidad.

Creo que la dicha radica un poco más en el deseo satisfizo de mi alma por la búsqueda permanente e incansable de nuevo sonidos, melodías, letras y formas de alabar la vida. Lo admito con la cara repleta de orgullo y se me hace simple porque la música de Leonel Soto es, lo que mi tío Hugo llamaría, una Chimba. Complejidad en los textos, armonía en la melodía, profundidad en el mensaje y humildad en la sonrisa, toda una combinación extraña pero efectiva que convierte al artista en maestro y al espectador en afortunado. Temas como “quise”, o tal vez “Ana así”, capturaron toda la atención y sensibilidad de quienes tuvimos la buena surte de verle a tan solo cinco metros de distancia en las tablas de Escenario 57. Cuándo volveremos a vernos, no se sabe, pero así como los viejos sabios cuya existencia es todo un legado para sus sucesores, la producción intelectual de Leo se convierte desde ya en un herencia para las próximas generaciones de músicos y en especial para nosotros, sus amigos quienes desde ya le deseamos una carrera artística llena de éxitos y triunfos.

Te robaste los corazones y la admiración de la raza, carnal. Dios te bendiga.

Por:

Mario Rodríguez