“Soy agua,
Soy agua y estoy cayendo porque mi casa,
La nube que dejé allá arriba,
Abrió sus puertas y me dejó salir.
Soy libre,
Soy libre para elegir qué hacer con mi vida,
Y lo mejor de todo es
Que ya decidí que hacer.
Lo mejor de todo es saber qué hacer,
Lo mejor de todo es saber para dónde ir,
Qué decir y qué callar.
Lo mejor de todo es que alimentaré la tierra debajo de mí.
Mírala,
Mírala como está, esperándome ansiosa
Con sus brazos abiertos y su piel reseca
Sedienta de mí.
Por qué Ella me necesita y por qué yo a ella?
Mira su figura,
Mira su belleza infinita y su locura multicolor
Que excitan mis sentidos y me invitan a vivir, o a morir?
Estoy cayendo,
Y estoy lista para ello,
Lista para lo que sea
Sin importarme lo qué pase después.
Ahora soy franca,
Ahora vuelo como un ave
Como un pequeño pajarillo
Que disfruta su existencia mientras domina la inmensidad.
Soy tan libre como el aire, como el sol y las estrellas juntas
Porque mi gloria no se tiene que buscar más,
Ya sé que voy a hacer
Y como hacerlo.
Ya se para donde voy sin el miedo de morir,
Sin la pena de acabar mi vida por la simpleza altruista de entender,
Que mi muerte será la vida para alguien más
Y que muriendo habré cumplido con mi propósito inicial.
Naceré en alguna otra parte y con alguna otra forma
Que alabará a la vida como lo hago ahora,
Sin remilgos ni remiendos, sin vergüenza ni pudor
Tan radiante y agradecida por semejante honor.
Algún día volveré a mi casa, a la nube viajera que ya cambió
Donde otras semejantes de mi vida y mi folklor
Cantarán ésta aventura, y
Seguirán mi corredor”.
La vida debe celebrarse sin límites, sin ataduras que interfieran con la grandeza de comprender que somos temporales, finitos por antonomasia y mortales por inflexión. Que indiferentes de tanta ligereza y auténticos en nuestras costumbres seguimos siendo igual de animales que hijos de Dios. Ya paremos de matarnos, ya dejemos el escarnio de la crítica maliciosa y enviemos de una vez por todas esa mierda a la boyeriza para que ese mismo excremento fertilice los pastales y los caballos, junto con la reses puedan pastar; nosotros debemos dedicarnos a elogiar estos sentidos, estas ilimitadas fronteras que nos ofrece expresar una idea o una queja con fina elegancia o alevosa grosería. No barateemos los lazos de la amistad, ni las obligaciones de los sentimientos por el afán pusilánime de una vaginera o por la pereza carroñera de sentirse solo o abandonado. La vida tiene límites, pero también confines inexplorados que no pueden quedarse vírgenes porque no quisimos tener una erección o porque nos negamos a humedecer la vagina. Los propósitos son claros y aunque no se nos hayan especificado en memorando celestial, pueden ser buscados como aguja en un pajal. Ahora sé que algo aprendí, que algo se ha cristalizado en mi pensamiento con la certeza de ser verdad, no porque miles así lo crean o expertos lo confirmen, sino porque mi propio cerebro, tan auténtico y valido como los demás, me asegura que lo que he vivido ha sido real. Aprendí por ejemplo que el desamor es como una puta patada en la canilla que cuando es dada a solas y en un rincón oscuro nos hace llorar y sufrir por la irreverente realidad de no tener quien nos conduela, pero que cuando es recibida en abundancia ocular nos obliga valentía y nos empuja a continuar. Somos narcisos, vanidosos, egoístas y monotemáticos cuando de “YO” se trata. Aprendí que hay quienes necesitan ser señalados para bien o para mal, pero como quiera identificados. Que hay quienes ocultan su existencia por temor o humildad, temor de ser vistos o humildes por no dejar a otros que les vean. Que hay conmigo miles de seres que no concebimos la puta idea de las clases sociales ni los designios reales o tratos especiales por la casualidad fortuita de tener o no, o tan siquiera la posible lógica de un racismo fundado en la voluntad de un Dios blanco o una virgen morena. Aprendí que nadie nunca muere de amor, que nadie nunca ha perdido la decencia por llorar o sufrir una pena que solo ha sido creada para esconder la vergüenza de no ser amado. Y es que el dolor no es producido por el amor sino por el ego y el orgullo, que se inflaman al ser rechazados, “EGOTITIS”. Aprendí que el sexo viene como las estaciones del año, pero en órdenes contrariados, y aunque acá haga frio y allá calor, siempre se está inconforme con lo que se tiene en las manos. Que hacer el amor no es de siempre ni con todos y a pesar de que el culeo sea rico no sabe igual sin afecto, sin algo de respeto y mucha admiración, porque aquel que no admira a quien su sexo devora corre el riesgo de acabar hastiado de regalar su cuerpo. Aprendí a decir las cosas con delicadeza para no herir a los demás, no porque soy considerado sino porque comprendí que lo único con sentido es la muerte y que todo lo que pase en ese lapso, minúsculo ante el universo, debe valorarse. Ahora dígame usted si todo lo que ha hecho en su vida se puede celebrar, si todo lo vivido es digno de recordar o si algo merece la pena de capital de amnesia perpetua, porque una vez no hayamos muertos esa será nuestra condena. Alegría volviste a triunfar.
Por Mario Rodríguez