En primer lugar mencionaré la gran satisfacción que mi hijo Julián me da día a día. Viéndole crecer y empezando a divisar sus cambios de humor y el choque entre el mundo infante y el adulto, es un placer que solo un padre puede gozar. Verle madurar y parecerse a mí, más que alimentarme el ego, me motiva a levantarme cada día con una razón tangible para vivir y ser feliz. Tal vez eso sea todo, mi hijo es la bendición que maximiza mis días, mi trabajo, mis amistades, mi mundo, pero siempre queda la pregunta y la misma sin respuesta: qué va a pasar cuando se vaya de mi lado? No quiero complicar las ideas de este escrito tratando de especular acerca de un futuro todavía muy incierto pero sobretodo cambiable y potencialmente manipulable.
Como segunda parte de la dicha, empezaré a hablar de las otras personas que rodean mi vida. Mi madre, mis hermanos y hermanas, mis amigos y todas las demás personas que progresan día a día en la tarea inmensurable, complicada y por demás tediosa de quererme. Y es que querer a otra persona es tan difícil como odiarla o despreciarla, por eso, esa labor de los sentimientos y las relaciones interpersonales es otro trabajo a tiempo completo que consume la misma energía, o tal vez más, que un intenso entrenamiento de Kamasutra. El otro día, bueno madrugada, mientras consumía mi existencia en tequila en compañía de unos amigos, tuve la oportunidad de verme a mí mismo sentado, ebrio y feliz de la borrachera que estaba echándome al hombro pero en particular de compartir con las personas a mi alrededor. Cuántas veces quise escribir momentos como esos en mi historia, para que un día cualquiera, en el futuro, todavía inhóspito para mi fortuna, me pudiera sentar a valorarlos uno a uno con la mansedumbre de lo anos y las pruebas fehacientes de un pasado cargado de vida.
Sí, los últimos días han sido una carga incontrolable de buenas energías, de buenas vibras y como lo diría mi más reciente amigo, de puta madre. Leonel es su nombre con el respaldo de los Soto, no sé si de los de castilla o los de Aragón, pero de alguno de esos alrededores distantes que siglos atrás profesaron la llegada de un hombrecito de no sé cuanto de alto que cantaría con el alma y la mente las canciones del futuro, las canciones del siglo XXI. Recuerdo al señor Alberto Cortez quien en su homenaje a los amigos mencionaba los años mozos cuando sus vínculos filiales se empezaban a consolidar con personajes tales como don Facundo Cabral, o el señor Mario Vargas Llosa, o la señora Mercedes Sosa, que en paz descanse, y Pablo y Silvio y todos esos locos chiquitos que hicieron de nuestras décadas de adolescencia una época cargada de sueños y sobretodo esperanzas. Recuerdo las calles de mi barrio que me vieron tirar al infinito mis sueños para que en algún lugar distante, el que más les conviniera para poder ser realidad, se hicieran fuertes y tangibles como un roble o un manzano, que sin ser de la misma calidad pertenecen a la misma realidad.
Creo que la dicha radica un poco más en el deseo satisfizo de mi alma por la búsqueda permanente e incansable de nuevo sonidos, melodías, letras y formas de alabar la vida. Lo admito con la cara repleta de orgullo y se me hace simple porque la música de Leonel Soto es, lo que mi tío Hugo llamaría, una Chimba. Complejidad en los textos, armonía en la melodía, profundidad en el mensaje y humildad en la sonrisa, toda una combinación extraña pero efectiva que convierte al artista en maestro y al espectador en afortunado. Temas como “quise”, o tal vez “Ana así”, capturaron toda la atención y sensibilidad de quienes tuvimos la buena surte de verle a tan solo cinco metros de distancia en las tablas de Escenario 57. Cuándo volveremos a vernos, no se sabe, pero así como los viejos sabios cuya existencia es todo un legado para sus sucesores, la producción intelectual de Leo se convierte desde ya en un herencia para las próximas generaciones de músicos y en especial para nosotros, sus amigos quienes desde ya le deseamos una carrera artística llena de éxitos y triunfos.
Te robaste los corazones y la admiración de la raza, carnal. Dios te bendiga.
Por:
Mario Rodríguez
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